Dejarles ganar parece el camino más fácil para hacerles felices, pero a largo plazo puede ser un error. Así les afecta psicológicamente una falsa victoria.
Es seguramente una de las frases más lapidarias de nuestra infancia: “Hay que saber perder”. Cuando somos adultos ya lo sabemos e intentamos asumirlo con mayor o menor elegancia, pero cómo nos escocía cuando, siendo niños, comenzamos a escucharla de un día para otro, tras estar acostumbrados a saborear siempre las mieles de la victoria. La manía de muchos padres, tíos y abuelos de dejar ganar al niño resulta no ser una buena idea y puede pasar factura después, según explican los expertos.
Muchas veces, cuando jugamos contra un niño nos da no sé qué que pierdan y fingimos una derrota. Esto, que quizá se utiliza para levantarle el ánimo o para evitar rabietas o partidas interminables, puede resultar perjudicial, ya que arrebata al niño la posibilidad de desarrollar estrategias psicológicas y de comportamiento que son necesarias para competir de forma real y minimizar el disgusto de haber perdido.
¿Por qué nos empeñamos los padres en edulcorar la realidad? ¿Tan grave es perder que evitamos que los más pequeños se enfrenten a esa experiencia? “Muchas veces los adultos pierden de vista cuál es la intención de las decisiones que se toman a la hora de educar a un niño. Estamos viviendo la época de facilitémosles todo sin pensar en las consecuencias”, explica Nano López Romero, coach especializado en preadolescentes, adolescentes y padres.
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